Ya no
creo en la bondad.
No existen las palabras, solo negra tinta que corre por las venas de cada ser pensante de este mundo, y que escupen cual sombra salida de las entrañas de las mismísimas tinieblas.
Y así,
solo dejan oscuridad y soledad en mi alma, ya marchita.
Ellos se
deleitan con un baile morboso lleno de misterio, condenan a los incomprendidos
y se aman a sí mismos. Culpables o no culpables, dejan una dolorosa huella, sin
dejar respirar a aquellos que se aburren del mundo tal y como ellos dictan. Ya
no queda amor para ningún ser humano, ¡hemos destrozado, destruido, olvidado
completamente el romanticismo!, el sentimiento, el ver la belleza que
deleitaba, que alimentaba nuestros ojos, oídos, mentes, ¡y hasta cada poro de
nuestra piel! La belleza que no solo residía en lo físico, sino también en el
aroma, en el tacto, en lo que nos muestra desde su interior.
¿Y qué
es lo que nos queda? ¿Lujuria? No, demasiado erótico, lo erótico también es
bello en su justa medida, como todo. Solo nos queda la nada. No hay sentido, no
hay miradas, no hay escalofríos al tocar algo bello, no quedan palabras que nos
enamoren, han desaparecido los olores más frescos, ya no hay vistas que nos
encandilen. No, solo queda la nada, que nos come y no lo vemos, que nos está
arrebatando la frenética melodía que es la vida.
