domingo, 17 de febrero de 2013

Cuando un amigo se va, un lugar de tu mundo se marchita, y es difícil que vuelva a florecer una flor de tal belleza como la que tuviste. Una parte de tu alma se calla, no tiene ya nada que decir, y prefiere no hablar de algo que ya pasó, que se marchó.
Ahora, en este preciso momento, aquello que se dice de que las personas vienen y van me parece absurdo. Simplemente no puedo dejar de pensar en los buenos momentos que pasé con esa persona, no quiero dejar escapar esos divertidos ratos que pasé, que quiero que vuelvan y que no se larguen nunca. Quiero sus abrazos, sus besos, quiero pintarle la cara e irnos a la calle a gritar, mientras nos llaman locos aquellos que no nos conocen.
Cada persona, a su manera, sea consolándote cuando has perdido la esperanza, sea bailando en la oscura noche de verano, sea pasando una tarde en la playa, con la brisa del invierno, deseando un verano próximo juntos, días enteros de diversión y noches sin dormir, siempre juntos, siempre de la mano.


Sea como sea, necesito a todos en su medida, e incluso a aquella que se marchó.

jueves, 7 de febrero de 2013


Allí estaban, en medio del patio andaluz, sentadas frente a la pared mientras se pasaban la pequeña pelota  verde, rodeadas de ese encanto, esa magia que solo hay en esos lugares encantados, en esos pintorescos paisajes.
 Las dos tan iguales, pero a la vez tan diferentes. 
La una junto a la otra, sin poder vivir separadas, lejos, sin poder seguir conectadas con ese extraño vínculo, además de fascinante. Coordinadas incluso en gestos, sonrisas y pensamientos. Nunca podían estar la una sin la otra sin pasar largas horas sin poder dormir tranquilas, sin saber que es de la otra. Una conjunción inexplicable, una conexión extraordinaria que tienen, que las hace ser la misma persona.
Se miran y sonríen, hablan de lo felices que fueron alguna vez, recuerdan viejos tiempos en aquel misterioso lugar, donde pasaron largas y calurosas noches de verano riendo con la familia, viejos tiempos que no volverán, que quedaron en un rincón de su corazón, que jamás guardarán bajo llave, si no que lo compartirán, y seguirán reviviendo hasta el final de sus días. Rememoran momentos preciosos, abuelos, tíos... todos presentes. Vuelven a sonreír.
Tantas noches de angustia pasó la pequeña Sheila, y Ana siempre estuvo a su lado. Tantos roces, que olvidan mientras explican viejas historias.
Y suena una voz a lo lejos, un dulce grito:
- ¡Niñas, a comé ya que la cena está hecha!- vociferó su madre, tan hermosa voz.
Ahora se echan a reír, a carcajada limpia, dejan la pelota en una esquina del patio y entran abrazadas, sabiendo que después de tantos años nunca olvidan lo vivido, que siempre estará presente y que, a pesar de todo, se siguen queriendo y divirtiendo como el primer día.