domingo, 17 de febrero de 2013

Cuando un amigo se va, un lugar de tu mundo se marchita, y es difícil que vuelva a florecer una flor de tal belleza como la que tuviste. Una parte de tu alma se calla, no tiene ya nada que decir, y prefiere no hablar de algo que ya pasó, que se marchó.
Ahora, en este preciso momento, aquello que se dice de que las personas vienen y van me parece absurdo. Simplemente no puedo dejar de pensar en los buenos momentos que pasé con esa persona, no quiero dejar escapar esos divertidos ratos que pasé, que quiero que vuelvan y que no se larguen nunca. Quiero sus abrazos, sus besos, quiero pintarle la cara e irnos a la calle a gritar, mientras nos llaman locos aquellos que no nos conocen.
Cada persona, a su manera, sea consolándote cuando has perdido la esperanza, sea bailando en la oscura noche de verano, sea pasando una tarde en la playa, con la brisa del invierno, deseando un verano próximo juntos, días enteros de diversión y noches sin dormir, siempre juntos, siempre de la mano.


Sea como sea, necesito a todos en su medida, e incluso a aquella que se marchó.

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