Pero es tan hermoso por la noche.
Dejo caer mis pies sobre el aire, y así me siento como flotando. Entonces sigo escuchando al río. Y es raro, pero me siento como en casa, como si este fuese mi lugar en el mundo, lejos de todo, lejos del mundo putrefacto.
Sin embargo lo veo todo borroso por culpa de las lágrimas que no caen de mis ojos, que se niegan a dejarlos en paz. Me molesta, pero tampoco intento evitarlo.
Y sigo pensando en lo libre que es el agua, que se desliza por la húmeda tierra hasta encontrarse con el mar, habiendo recorrido pueblos, valles, cimas y ciudades, hasta llegar a su mayor expansión, hasta llegar a su límite, a la inmensidad.
Después se eleva, se evapora, pero jamás se abandona y vuelve a reunirse con el cielo, tan bello y azul, dejando de ser libre de su destino, de decidir si morir o no.
Y ahí acaba su libertad, no obstante vuelve cuando empieza a fluir de nuevo entre altas montañas, retomando un círculo vicioso que nunca acaba.
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