viernes, 6 de diciembre de 2013

Una pequeña historia para Adrián (parte 1)

¿Cuánto tendremos que esperar? ¿Cuánto?

No pido un minuto de silencio por ellos, si no una eterna lucha para que se les escuche.


Descanso sobre la punzante hierba de verano, tan seca como mi boca sedienta.

Todo es muy difuso. Solo recuerdo aullidos de dolor, sangre, tortura. Yo caminando, no, corriendo desesperada hacia una montaña cobre por el calor asfixiante de una noche de julio. También recuerdo una fiesta a la luz de la luna. Ni hoguera. Ni música. Pero... ¡Ahora sí!
Una huelga general estalló hace tres días mientras yo me hallaba en medio de un poblado hippie, que procuraba defenderse de las armas económicas ante las que se enfrentaba. Pero de repente algo falló, justo en esa noche. Nubes de fuego se acercaban, pájaros rojos se lanzaban sobre nosotros ardiendo y dejándonos devastación.  Hubo un ataque, y yo me fui desesperada hacia mi hogar en días y noches de soledad.

También logro recordar los arañazos y la desesperación que disparó mi adrenalina y la extendió por todo mi cuerpo. Corrí como nunca, sin caer ni tropezar, algo sorprendente, hasta que al cabo de tres horas, o eso creo yo, caí rendida en un prado, descubierta al enemigo, esperando así el abrazo de la muerte.

Pero nada. No llegó ni llega, sin embargo la herida por debajo de mi nalga izquierda arde con locura, con tal éxtasis, hasta tal punto que creo que he provocado la sequía que me envuelve. Y de repente oscuridad, de nuevo, vuelvo a caer en ella.

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