Ya no veo
negrura, la ceguera me dejó en la más tenebrosa noche. Pero hay algo que me ha
despertado. Son ladridos, ¿un perro? Noto como lame mi herida e,
irracionalmente, me alivia ese dolor que me ha acompañado en sueños. ¿Cuánto
tiempo habrá pasado?, una, dos, diez horas tal vez… Pero mis pensamientos los
interrumpe el pulgoso que no deja de reclamar mi atención, así que le miro, y
él me mira, y me da la sensación de encontrar en esa mirada la compasión más
extraña que haya visto jamás. Desaliñado y hambriento, y es él quien siente
compasión por mí.
Dejo esta
paranoia que me engendra un dolor inaguantable en la cabeza y me levanto con
tal rigidez que parezco una muñequita roñosa y vacía. La molestia es
insoportable, pero estoy hambrienta y sedienta, tanto que estoy dispuesta a
engullirme a mi nuevo compañero. De este modo, le hago una señal para que me
acompañe, ya que no parece que vaya a aparecer su antiguo amigo. Lo deduzco
porque me sigue sin pensarlo dos veces, y me hace pensar que ese cuerpo
cochambroso y peludo tenga más ganas de compañía que de comida.
Me intento
ubicar. Estoy totalmente desorientada. El sol me quema la piel, si es que queda
algo de ella, así que será mediodía. Habré estado dormida más de doce horas lo
menos, ya que cuando pasó la brutalidad de las bombas era por la tarde del día
pasado. Lo único que me queda claro es que estoy en medio del cobrizo mar que
huele a naturaleza muerta.
Bien, solo queda
caminar. De esta manera, mi peludo compañero y yo nos adentramos en la fresca
sombra de árboles marchitos, en dirección al río que fluye tras la montaña.
No corre ni una
pizca de brisa que seque el sudor que me baña incómodamente. Los arañazos de la
noche anterior se reabren mientras nuevos arbustos llaman a sus puertas, y mis
ganas de agua aumentan para aliviar el escozor que me invade y recorre mis
heridas. Y mi cabeza acabará por saltar en pedazos, y con ella las pocas ideas
que me quedan, que guardo bajo llave. Estoy tan adentrada en el bosque que lo
único que veo son fiambres en lugar de árboles, pero noto una ligera humedad en
el ambiente que me medio alivia el incendio de la gran herida de mi nalga
izquierda, algo así como una quemazón exagerada.
Pero entre toda esa putrefacción vegetal,
huelo algo dulce, muy dulce, algo así como el jazmín en medianoche, intenso,
tanto que se me mete en la cabeza y me abre un agujero entre las dos fosas
nasales y me obliga a cerrar los ojos.
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