El tiempo pasa, sin detenerse tan solo un segundo...
Le miro a sus ojos cansados y pesados, llenos de arruguitas, experiencias y vivencias, hartos de luchar contra lo inevitable. Le abrazo, le digo que le quiero, sabiendo que esta tal vez sea la última vez que le oiga quejarse de lo mucho que le aprieto en la barriga mientras le digo que es el abuelo más guapo del mundo.
Siempre le admiré, ha sido el hombre de mi vida, mi mejor amigo, mi confidente, mi protector. Pero se va, se va una parte de mi vida, la mejor sin duda, con él, para no volver jamás y quedarse en una habitación en mi mente, con una puerta cerrada que se abrirá cada día para recordarlo. Besos, abrazos, cariños. El mejor hombre del mundo, y lo siento mucho por todos aquellos que también merecen cariño incondicional, pero él es el único para mí. Sus manos están llenas de trabajo duro y alegría, de amor y de olores de uva. Su corazón se va parando poco a poco, y no sé si estaré aquí para acompañarle en los últimos segundos de su vida.
Quisiera retenerlo para siempre, tenerle a mi lado cuando las cosas no van bien, estar con él cuando la felicidad nos acecha.
Pero el tiempo pasa y no se detiene, y él me enseñó a ser fuerte, me enseñó a que la vida no hay que dejarla pasar, que hay que ser uno mismo y no dejar que te pisoteen. Que hay que vivirla tal y como viene, aprovechar el máximo de ella y saborear los momentos como este, que se repitan o no, hay que tomarlo como un buen vino tinto, olerlo y captar la sensación para guardarlo por siempre en la bodega de tu corazón.
Te quiero.
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